Hay un restaurante en la localidad de Somo, enmarcado en el Ayuntamiento de Ribamontán al Mar (Cantabria), que destaca por muchas y variadas razones. Se llama Melly, y no dejará indiferente a quien se aventure a visitarlo y probar su cocina.
Y digo aventurarse, porque entrar en el Melly es toda una experiencia que se convierte en aventura nada más cruzar su puerta. Lo regenta Juan Angulo, un reconocido y controvertido sumiller (jurado de La Nariz de Oro) que se jacta de servir «baja cocina».
Tuve la ocasión de conocer el lugar con motivo de un viaje organizado por el Plan de Competitividad de Surf de Ribamontán al Mar para promover el surf en Cantabria, donde existen diversas escuelas de surf.
Antes de acudir al lugar, me habÃan advertido de que el local era «cero glamour», aunque también que la comida y la experiencia merecÃan, y mucho, la pena. Y asà fue, si entendemos el glamour como apariencia y tonterÃa, y algo opuesto a lo genuino y sincero.
El local me pareció un tanto extravagante, fuera de lo común. A un lado, un comedor acristalado. Al otro, una heladerÃa. Y, al fondo, una tienda de chucherÃas. En la trastienda, el bar, y la extensa vinoteca.
Angulo es un cocinero sin pelos en la lengua, extrovertido, poeta, amigo de la buena conversación y muy crÃtico con ciertas tendencias que no duda en denominar como «chuminadas».
Según nos contó, no sin una buena dosis de ironÃa, la que se elabora en sus fogones es «cocina con tintes prehistóricos»,  «pasada de moda» y llena de «cosas que se comen con las manos». En definitiva, muy lejos de lo que se sirve en lo que él llama «tontódromos».
Aunque reconoce la labor realizada por ciertos cocineros de renombre en términos de experimentación,  por cada tres frases elocuentes que pronuncia una está dirigida a criticar la «tonterÃa» que existe en el mundo de la cocina. Y pronuncia muchas.
TendrÃamos que escribir un post interminable para contar todo lo que nos trasladó en la cena, pues nos acompañó intermitentemente durante toda la velada , amenizando los platos con una buena tertulia.
Charlamos de la intención de algunos chefs de patentar recetas y de otras barbaridades que se cometen bajo el paraguas de la «alta cocina». Entre sus frases lapidarias, el bloc de notas de mi iPhone registró las siguientes:
El lujo es incomodÃsimo.
Dios nos manda la comida y el diablo a los cocineros.
La próxima burbuja que va a explotar es la de la gastronomÃa.
Otro dÃa contaré algunas anécdotas que nos trasladó, como cuando presentó  sus creaciones «El pincho del agua»,  la brocheta «Dejad que los niños se acerquen a mû, o «La paleta de sabores y texturas»  al concurso de pinchos y tapas.  Y es que además del plato que hoy nos ocupa, nos sirvió una degustación de tapas como parte de su «gastroterapia».
Los bocartes de Juan Angulo, lo que en el PaÃs Vasco llamamos anchoa y en el Mediterráneo boquerón, se han ganado la siguiente mención en el blog de su amigo Abraham GarcÃa. DifÃcilmente podrÃa describirlas mejor, asà que hago mÃas sus palabras.
En medio siglo lidiando con los boquerones, sin duda habré ofrecido una marejada de recetas sabrosas y elementales, ya que a mi (poco) juicio, la austeridad de ingredientes debe prevalecer para que no perturbe su sabor profundo yodado y marinero. También asà lo entiende mi coleguilla y amigo que sublima el bocarte (insuperable nombre cántabro que parece aludir a la ávida boca y a la artesanÃa de su elaboración) en su afamado restaurante “Mellyâ€. Compruébenlo si se asoman a Somo.  “Los paso por abundante aceite muy fuerte -me explica Juan Antonio- solo un instante, lo que dura un padrenuestro. A la altura de santificado sea tu nombre, chisporretean, se contraen con el perdona nuestras ofensas y tras el amén ya podemos caer en la tentación».
Precio:
- 13,50 € aprox. (dependiendo del precio del bocarte de temporada)
Ingredientes:
- Una docena de bocartes frescos descabezados y sin tripa
- Aceite de oliva virgen
- Sal
Recetas:
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